Profundo y simple a la vez. Efiramente real. Así es como te
siento. Te sigo por redes sociales y le doy a me gusta a todo lo que subes,
imaginándome que estoy allí contigo, cenando en ese restaurante de moda de una
ciudad que nunca he visitado. Y me cuentas tus problemas y les doy la vuelta.
Acabamos riéndonos.
Leo cada comentario que dejas en Internet y con ellos moldeo
tu personalidad, la hago complementaria a la mía para que no haya obstáculos
entre nosotros.
A veces te mando un mensaje privado y me dejas en “leído”. Aparezco
en tu muro de Facebook y, por alguna extraña conjunción de astros, clicks y
pantallas emergentes, me compartes. Entonces, de pura emoción, me trago el
chicle. Y tengo que encenderme un cigarro para celebrarlo.
Cambiaría mi reino de letras por ver como tus labios
pronuncian mi nombre. Quizás lo han hecho ya, pero yo no lo he visto. O quizás desvarío.
Cedería mis discos de rock por verte sentada en el banco de la plaza
esperándome para ir a desayunar. Me repito tantas veces al día que te echo de
menos, incluso sin llegar a conocerte, que transformo esa ilusión en real. Comenzaría
a existir si tu pensaras en mí.
Imagino viajes al extranjero contigo, y ya forman parte de
mis recuerdos. Son recuerdos tan densos y llenos de detalles que me hundo en
ellos sin remedio. Y ya no puedo oír lo que pasa fuera de este océano que yo
mismo inventé.
Placeres desconocidos en la relatividad de tu cama flotante
alimentan mis noches de trabajo en la fábrica. Aumento al doble mis sueños
lucidos imaginándome que tus ojos me siguen como los míos te siguen a ti, que
no se pierden detalle alguno del desierto que habito temporalmente, hasta que
llegues a mi vida y convirtamos esta tierra reservada para ti en un jardín.
Sueño que estas preparando un elaborado rompecabezas donde
las piezas nos hagan encontrarnos de una vez. Si lees esto, tómatelo como una bengala
lanzada sobre el cielo nocturno, estrella polar sobre fondo negro marcando el
camino a seguir.
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